Violeta
A poco tiempo de mi llegada a Ovalle el 2001 ya conocía a un conductor de colectivo, un señor mayor muy serio y poco dado a la conversación, el señor Jopia. Una tarde regresando a mi casa con espanto vi a un pequeño gatito gris atigrado cruzar entre las ruedas de una camioneta en movimiento.
Ante mi aparatoso gesto de horror el señor Jopia preguntó : -¿Quiere bajarse a tomar el gatito?- naturalmente dije que si y bajé corriendo hasta lograr tomarlo en mis manos. Era un bello ejemplar. Me subí al colectivo nuevamente y el gatito comenzó a encaramarse en mi cabeza, deslizarse por la espalda y tratar de escapar.
Violetita, mi primera compañera de casa, mi amiguita... parecía un amigurumi con su cabeza grande y su cuerpo chiquitito. Pronto creció y se transformó en la delicia de los niños del barrio acostumbrados a ver perros...
Violeta escapaba por entre las rejas del pasaje ante mi estupor y mi amiga-vecina D. la seguía casa por casa hasta que me devolvía la tranquilidad peluda y ronroneante a los brazos!!!.
Violeta aprendió a buscarla en mis ausencias, le golpeaba a D. la ventana de su casa exigiendo comida, agua, o simplemente un cariño para poder ir a dormir.
Era increíble, violenta... astuta y divertida, se trepaba por las cortinas, me acechaba desde la escalera, me cazaba y me lamía. Jugábamos a la mafia, yo le decía “bésame el anillo!!” y ella fingiendo obediencia, en una complicidad casi teatral lamía mi mano. Era extremadamente pulcra y usaba sólo su caja de arena.
Invariablemente aparecía en la esquina antes de que bajara del colectivo, pese a los cambios de horario de mis llegadas. Siempre corría a mi encuentro y caminábamos las dos casas que mediaban entre la esquina y la nuestra.
Tras castrarla, engordó en exceso y sufrió de síndrome urológico felino... pero mejoró con las prescripciones veterinarias y la dieta. Cuando venía el Nino ella dormía con nosotros, sin trepidar en despertarnos a media noche sólo con el afán de jugar. Rasguñó muchas espaldas y piernas, era violenta. Sin duda una “bella sin alma” de tomo y lomo.
El 18 de febrero de 2003 regresando a casa para mis dos horas de colación, Violeta no apareció en la puerta, ni tampoco cuando abrí la reja o la puerta principal... el corazón me latía muy fuerte. Abrí la puerta de la cocina y ahí estaba, muerta. Di un grito tan espeluznante, que mis amigos-vecinos D., P. y su hijita J. volaron, porque no me explico la velocidad a la que llegaron incluso estando tan cerca, fue casi instantáneo. Abrieron la reja asustados y no lo podían creer. Lloré tanto y tan fuerte... me dolió el alma.
Mi amigo P tomó una bolsa y la echó; le grité que por favor no la botara pero su intención no era otra que ocultarla de mi vista. J lloraba conmigo entendiendo que su gatita-amiga ya no estaría más para jugar con ella.
Por esas cosas de la vida, el Nino que ya vivía en Ovalle no viajó como tenía que hacerlo, y pudo más tarde oficiar de sepulturero.
Me fui al trabajo llorando, estuve toda la tarde llorando, y regrese llorando. A esa hora la noticia de su muerte ya había dado la vuelta a Serena, Santiago y Los Andes, así como en el barrio... no teníamos patio, sólo un pequeño antejardín.
Poco a poco llegaron los niños del pasaje, eran muchos y preguntaban porque “el vecino” hacía un hoyo; les tuve que explicar que Violeta había muerto... uno se fue a llorar a su casa, otros buscaron flores y dijeron cosas agradables sobre ella. Fue un pequeño y sentido funeral.
J todavía corta flores y las tira al jardín-tumba de su casa del lado. En la memoria de muchos Violeta aún existe.